Excavaciones

Crónica de la excavación.
El Foro por la Memoria en Bercial de Zapardiel. Relato político y sentimental.
Por Encarnación del Toral. Octubre 2003.

Sólo los hombres libres son entre sí muy agradecidos
B. Spinoza, Ética

España es una inmensa fosa de vivos y muertos donde regentean las moscas con su vuelo agitado. Un entierro de tercera sin coches de caballos ni decoradas lápidas. España es, en Bercial de Zapardiel, una cruz grabada en un pino, esculpida a golpe de tiempo pasado y sufrimiento, un signo presente en la memoria viva de las familias de los asesinados. Una hoz calígrafa, a modo de profético amanuense, recuerda qué ocurrió, quiénes fueron las víctimas, cómo actuó la horda ciega del fascismo. El pueblo pequeño, casas bajas, dos tabernas, vidas destrozadas y la determinación consciente, decidida y firme, del generoso e intrépido grupo humano que conforma el Foro por la Memoria y sus circunstancias. La lucha por recuperar una parte de la verdad enterrada, sepultada bajo tierras de espanto, oculta por el criminal peso del franquismo, es una necesidad. Una revolución inversa -como si fuera posible- cargada de razones históricas. Esto es justicia política y poética.

La crónica rápida de una excavación, de una exhumación, es un sentimiento colectivo manifestado en el rigor de cada cata, en las caricias de los pinceles, en las notas tomadas. Una acción política, solidaria, realizada con esfuerzo teñido de compromiso. Con arqueología y pasión moral. Organización, disciplina revolucionaria -sin jerarquías definidas- y autogestión son tres de las claves del éxito. Hace frío por la mañana. Castilla se ofrece desnuda, como cansada y vieja, harta de esperar un desarrollo integral que no llega. La tierra cruje al sentir las primeras acometidas de la excavadora. Los familiares de los asesinados van llegando en procesión de silencio y sillas de playa como romería de otros tiempos, quizá más felices, libres y republicanos. El deseo de recuperar la historia secuestrada por el régimen de Franco y sus secuaces es una mano tendida, una invitación abierta y plural a cuantos quieran sumarse a este breve ejército civil de mujeres y hombres. Gentes con sentido ético. 

Bercial se despereza al tiempo que el equipo multidisciplinar, es decir, de saberes varios y todos útiles en el manejo de la pala y el cedazo para cribar, se despliega como pelotón de sentimientos y frenética actividad con dos arqueólogas -la belleza en el rostro, la belleza inscrita en su actividad y en la dulzura de unas manos expertas- al mando de las operaciones. Los muertos, desde su soledad de muerto, y algo aburridos de tanto hablar entre ellos, sienten que la tierra se agita sobre sus huesos. Ya están aquí los especuladores y sus adosados, se escucha. No -replica otro- vienen a por nosotros. Si pudieran sonreír, lo harían. Al cronista le hubiera gustado que este diálogo fuera cierto. Han pasado muchos años, quizá demasiados, pero siempre supieron que alguien vendría a devolverles su entereza de fusilado. Últimos días de agosto, primeros de septiembre de 1.936. Listas negras o blancas hechas con prisa de aguacero, con odio y crueldad, por las fuerzas vivas y nacionales del pueblo. Los hombres vuelven de las faenas del campo. Cansados, sudorosos, manos cubiertas de callos, una boina, quizá un sombrero de paja. Entre el trabajo y la fosa se escucha el destello sordo de un naranjero o de una pistola. Cada disparo resuena como un trueno en medio de ninguna parte. En un pinar de Bercial de Zapardiel, provincia de Ávila.

La excavación avanza a buen ritmo camino de los restos mortales. Allí están. No hay duda. Los voluntarios mueven tierra, piedras. El frío de la mañana deja paso a un sol que en Castilla es siempre de justicia divina, una injusticia asesina que queda reflejada en los primeros huesos que aparecen. Una tibia y un fémur. Y luego el resto. Algunos miembros del equipo se emocionan. Lágrimas como espasmo de barro recorren el alma huidiza de las familias. Décadas de pena acumulada aparecen en una mirada, en un sollozo. Ellos sabían que estaban ahí. El silencio se instala en la excavación. Aparecen los primeros periodistas. El trabajo de campo persevera, se reafirma en su ser. Se recogen testimonios con ternura y amabilidad, con delicadeza y profundo respeto. Se graban imágenes: la historial oral en marcha. La voz de los sin voz aflora con tristeza y algo de rabia contenida Con miedo y desolación. Hablan los condenados de la tierra. Impresiones, el recuerdo. La psicóloga del equipo conversa con los parientes cercanos. Todos somos parientes, igual que todos somos, en ese irrepetible instante, estigma de fusilado. Tras pedir los oportunos permisos, preside la excavación una coqueta bandera tricolor. Un hombre coloca unos claveles rojos. El cronista echa de menos un poco de música en estos emotivos momentos pero en su cabeza suena A galopar hasta enterrarlos en el mar, aunque no venga a cuento.

A este redactor anónimo no le importa exagerar en este lance pero se diría que al olor de la subversión civil que la bandera inspira, llega la consabida pareja de la Guardia Civil con un sargento joven y dispuesto que así, y sin venir a cuento, cita al historiador Santos Juliá por aquello de empezar la relación marcando el terreno. Los abogados -en este caso el plural se justifica ya que son dos y de sexos opuestos aunque en apariencia complementarios- se entrevistan con los representantes del instituto armado y el asunto queda arreglado. Después, a media tarde, irán al juzgado de guardia con el fin de realizar las oportunas diligencias. Los abogados no parecen tales debido a su campestre indumentaria y hablan sin tecnicismos, cosa que siempre se agradece. Al cronista no le gusta que la benemérita ilustrada no lleve tricornio pero se guarda el comentario por aquello de tener la fiesta en paz que sabido es que este personal uniformado resulta ser, por tradición y leyenda, de humor variable.

Pasadas las dos de la tarde, los familiares y el equipo se sientan a comer en una de las ventas de la localidad con el fin de recuperar fuerzas ya que el trabajo, incluso el voluntario, cansa igual. La comida servida resulta ser abundante y variopinta -paella, pollo con champiñones, filetes y melón- y aunque de escasa entidad gastronómica, queda regada por la amabilidad de la mesonera, cualidad infrecuente -cada vez más- que facilita, sin duda, la ingestión de las viandas. Anécdotas, emociones y algún que otro despropósito circulan por las mesas. Helados y licores completan el menú. Al cronista, cuando los alcoholes llegan sin previo aviso, como a traición, le gusta observar los tientos que el personal, sin distinción de sexos, le pega a las diferentes botellas. La igualdad ante los recios orujos castellanos da prueba, aunque parcial y de dudoso valor pericial, de la unidad del equipo. De mutuo acuerdo, y casi por unanimidad, se limita la sobremesa a unos minutos. El trabajo vespertino aguarda.

En la primera de las fosas abiertas junto al pinar (existen tres en Bercial que se excavarán a lo largo del mes de octubre) aparecen, tal y como estaba previsto, cuatro varones asesinados. El trabajo continúa sin descanso. Los integrantes del equipo se muestran activos. A eso de las seis al cronista y a otros voluntarios, algo relajados ya, se les recrimina su falta de aptitud con el azadón. Esto de la disciplina de combate tiene estas cosas. Al instante se corrigen los defectos –como diría el coordinador de la excavación- y el orden reina. Antes de terminar la actividad se ordena el terreno para que quede al abrigo de los curiosos que han acompañado, con respetuoso ademán, los trabajos todo el día. Se cubren los restos con plásticos, se anota lo que corresponde y se guardan los restos con el respeto y decoro que las circunstancias exigen. Al final de la jornada, una señora de la localidad ofrece cacahuetes que saben a gloria a los que acceden a ellos -el cronista entre otros-, reconfortantes alcagüeses, antesala del merecido descanso tras la batalla sostenida contra las piedras, la tierra, los sentimientos a flor de piel y la paella cristalizada en el estómago. El sol cae, estrellándose, contra la tierra removida El trabajo está muy avanzado. La colaboración entre los integrantes del equipo es un hecho. Uno de los familiares de las víctimas de aquel impune asesinato recuerda: ojalá hubieran venido ustedes antes.

Esta primera crónica (parcial) de la excavación de Bercial de Zapardiel quiere ser un discreto homenaje a las familias de los asesinados, un reconocimiento explícito al trabajo desinteresado e infatigable de los voluntarios llegados de aquí y allá, y un saludo a la abnegación del equipo del Foro de la Memoria. A este relato seguirán, si las autoridades competentes -el colectivo- lo estiman oportuno, otras crónicas similares, quizá de más fundamento, con el fin de animar y alentar a todos aquellos que sigan las actividades del Foro a integrarse en él, a interesarse por las actividades desarrolladas, a aportar su capacidad y su trabajo. El Foro por la Memoria es un espacio de reflexión y práctica que requiere colaboración, un lugar de encuentro cuyo empeño consiste en recuperar la parte silenciada de la historia reciente: la voz de los anónimos cuyos cuerpos siguen sepultados por caminos y pedregales.

España es una inmensa fosa de vivos y muertos donde regentean las moscas con su vuelo agitado. Vistas así las cosas, es imprescindible -antes de que la globalización imperialista nos despoje de nuestra historia cotidiana y nuestros recuerdos- devolver a las víctimas de la represión franquista la dignidad que la mentira oficial les ha usurpado y resultará vencedor, como anota Sun Tzu, quien sepa cuándo combatir y cuándo no. El Foro ha lanzado una ofensiva contra el olvido. Esa es la tarea común y así debe quedar escrito en esta apresurada crónica. Las fosas, como amapolas, están salpicadas por toda la geografía. También en Bercial de Zapardiel, provincia de Ávila.