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Fosas comunes. Paso a paso.
Francisco Dancausa - Diario de Córdoba - 30/06/2004

http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=130602




La venganza, o lo que es lo mismo, la justicia pervertida por el odio es una de esas maldades del hombre que más hachazos le ha propinado al árbol de los derechos humanos. El rosario de vendettas que entre prójimos nos llevamos dispensando secularmente con descarnada sutileza es variopinto. No obstante la sed de algunos de estos vengadores ha sido tal que no teniendo bastante con exterminar el aliento vital de sus agonistas, han querido fulminar su memoria post mortem . Por supuesto, la manera más eficaz que el macabro arte del genocidio ha tenido siempre para acabar con el recuerdo de un ser humano ha sido ejecutarlo y enterrarlo como a un perro en una ignominiosa y recóndita fosa común antes de que el rigor mortis envare su cadáver. La eficacia exterminadora y sañuda de esta práctica es sádicamente sobresaliente: asesinar al reo entre extraños para evitar la redentora mirada de sus seres queridos; impedir la dignidad propia del adecentamiento del cadáver y su posterior velatorio; soslayar el honor de una ceremonia de enterramiento; y, por último, introducir al interfecto en una cárcava anónima, imposible de localizar por el amor de sus amigos y deudos. Es decir, que al final de lo que se trata es de eliminar a la víctima de todos los espacios meritorios de una comunidad: el físico, el simbólico y el de la memoria colectiva.

Por desgracia, y como consecuencia de nuestra reciente Guerra Civil, la geografía española aún guarda, enquistadas en su piel, numerosas fosas comunes que, como único epitafio, todavía soportan, a estas alturas del siglo XXI, el histórico vae victis (¡ay de los vencidos!). Sin embargo, algunos de estos agujeros de promiscuo olvido --como el de Santaella, hace algunos días-- son testigos de la resurrección de los lázaros de nuestra democracia gracias a la voz del "levántate y anda para la memoria" de algunas organizaciones como Foro por la Memoria.

Quizá haya llegado ya la hora de enterrar en una conciliadora fosa común el olvido de los que nunca nos olvidan.