Los 1005 de Los
Pozos de Caudé Teruel
La Vanguardia Digital (20/10/2002
Creo recordar
que alguien preguntó hace ya varios meses como se había
llegado a tal precisión (1005 exactamente) en la cifra de
personas enterradas en Los Pozos de Caudé.
Reconozco
que la primera vez que me acerqué al monumento a mi también
me sorprendió este detalle y, como soy de natural escéptico,
pensé que se había partido de algún dato genérico y se había
tratado de rebasar la cifra redonda de 1000. Hoy, después
de varios años de búsqueda (ocasional y sólo en Internet) de
datos sobre este asunto, he encontrado en La Vanguardia
digital del 20 de octubre de 2002 el texto que adjunto
más abajo y que revela el origen de este dato.
Aparte
de hablar sobre unos hechos sobre los que yo sólo había leido
menciones genéricas, me llama la atención también lo revelado
por un testigo sobre las exhumaciones de 1958 de algunos huesos
para ser llevados al Valle de los Caidos. ¿Alguien sabe
algo sobre exhumaciones de este tipo en aquella época?
Me agrada
especialmente que en el artículo se destaque la valentía y la
labor realizada por los hermanos Volney (no Volnei) y Jaurés
Sánchez que promovieron y llevaron a cabo la ejecución del
monumento en los ya lejanos años 1979-1980, con
el facherío todavía campando por sus respetos en muchos lugares
de la "España profunda".
Si a alguien
le interesa puedo escanear y enviar una modesta
y entrañable "memoria de ejecución" del monumento
de Caudé escrita de puño y letra supuestamente por uno de
los hermanos Sánchez.
Desde
aquí mi aplauso, ciertamente con retraso, a La Vanguardia
y a Eduardo Martín de Pozuelo.
Saludos,
Alfonso V.
Una
historia en espera de final
Una
iniciativa cívica para localizar, rescatar y honrar la memoria
de miles de personas asesinadas durante y después de la
Guerra Civil saca a la luz uno de los episodios más crueles
y ocultos de la reciente historia de España
LA
VANGUARDIA - 04.01 horas - 20/10/2002
Texto
Eduardo Martín de Pozuelo
Julio, agosto, septiembre de 1936... El silencio
de la noche se rompía con el sonido lejano de los camiones
que paraban cerca de una vieja venta ruinosa situada frente
a Concud, un pueblecito semioculto en una hondonada a pocos
kilómetros de Teruel. Luego, unas voces, unos gritos y una
salva de disparos cuyo eco enlazaba con el brusco sonido
de unas detonaciones aisladas. Dos, tres, cuatro y hasta
diez en alguna ocasión. De nuevo el silencio y al rato la
brisa nocturna acercaba hasta Concud el rumor de los camiones
que se alejaban.
Aquella escena sonora se repitió noches tras noche durante
varios meses, desde julio de 1936 hasta diciembre de 1937.
No muy lejos de la venta, un labrador de Concud apuntaba
en un cuaderno los tiros que oía con la certeza de que cada
palote que trazaba en su libreta representaba una muerte.
"Apunté alguno más de mil", dijo el hombre, 35
años después, a Volnei y Jaurés Sánchez, dos viejos socialistas
turolenses cuya madre y hermana hicieron el último viaje
de su vida en uno de aquellos camiones. Allí las mataron,
allí les dieron el tiro de gracia -un trazo en la libreta
del labrador- y allí arrojaron sus cuerpos al pozo de la
venta. Ellas, María Pérez Macías y su hija Pilar, son dos
de las 1.005 personas fusiladas y rematadas cuyos restos
reposan en los llamados pozos de Caudé.
La vieja venta, hoy inexistente, se levantaba junto a un
pozo de 84 metros de profundidad y algo más de dos de diámetro
que se encuentra en el kilómetro 126 de la N-234 de Sagunto
a Burgos; es decir, al lado de Teruel, camino de Zaragoza.
El pozo, uno solo y que se ubica en las proximidades de
Concud, es paradójicamente denominado con el nombre de Caudé,
otro pueblo vecino pero más alejado que el primero.
Los dramáticos sucesos acaecidos en aquel lugar han permanecido
ocultos pero no olvidados durante sesenta años. Ahora, parientes
de las víctimas, con la colaboración de los herederos ideológicos
de aquellos fusilados, se han empeñado en recuperar su memoria,
sumándose, quizá sin saberlo, a una imparable corriente
que intenta contar de nuevo la reciente historia de España
tal como fue y por dolorosa que ésta sea. Un camino iniciado
hace dos años cuando Emilio Silva, nieto de un simpatizante
de Izquierda Republicana que era propietario en Villafranca
del Bierzo de una tienda de coloniales a la que puso de
nombre La Favorita, decidió buscar los restos de su abuelo
al que mataron de un tiro en la nuca, la madrugada del 16
de octubre de 1936 en un paraje cercano a Priaranza (León).
"Ni la tierra los quiere"
La reconstrucción de las últimas horas sufridas por Emilio
Silva -abuelo, hijo y nieto llevan el mismo nombre- fue
el desencadenante de que otros familiares de personas desaparecidas
en similares circunstancias a las del dueño de La Favorita
iniciasen su búsqueda, dando paso así a la Asociación para
la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) con el objetivo
de centralizar datos sobre muertes -unas 30.000 probablemente-
y enterramientos clandestinos habidos durante aquel triste
periodo de nuestro pasado. De ese modo, este verano, los
arqueólogos de la ARMH localizaron en Piedrafita de Babia
(León) la fosa donde estaban enterrados 37 republicanos
fusilados el 5 de noviembre de 1937. Entre ellos aparecieron
los restos del teniente Víctor Pérez Poveda. Su hijo, Manuel,
pudo recuperar a su padre en aquel mismo lugar donde 65
años atrás el cura del pueblo exclamó que "a esos rojos
ni la tierra los quiere" cuando casualmente un perro
desenterró parcialmente un cuerpo.
"Sin odios, ni revancha. Sólo aspiramos a que se cuente
lo que pasó tal como fue", dijo Emilio Silva. "España
ha cambiado. Por favor, que nadie politice nuestro deseo
de buscar a mis familiares, de averiguar qué sucedió y recuperar
para todos la memoria de cuantos murieron como mi madre
y mi hermana", rogó, literalmente, Jaurés Sánchez.
Emilio y Jaurés no se conocen pero les une el mismo deseo
emocional de honrar a sus seres queridos. En ninguno de
los dos se percibe el rencor. Ni en ellos, ni en los familiares
de otros desaparecidos con los que "La Vanguardia"
ha hablado. La coincidencia se extiende al argumentar, e
incluso justificar, el porqué de sus acciones. José Manuel
Conejero, representante de CNT en Teruel y uno de los impulsores
de la futura Fundación Pozos de Caudé, lo resume así: "Nadie
puede negar que en la guerra se cometieron barbaridades
en ambos bandos, en ambas retaguardias. Hubo asesinatos
cometidos por nacionales y por rojos. Pero sólo se han contado
los de un lado. No es justo que en la España democrática
haya personas que no sepan dónde están los restos de sus
padres o de sus abuelos".
Así es en Caudé. No se conoce la identidad de la mayoría
de los mil muertos arrojados al pozo. De hecho, se cuentan
por centenas las familias habitantes en pueblos o caseríos
de la zona que no saben a ciencia cierta dónde se hallan
los restos de aquel familiar que un día de 1936 se lo llevaron
para no volver jamás. Las hay de Teruel capital, de Santa
Eulalia, de Gea de Albarracín, de Villarquemado, de Concud,
de Caudé, de Dos Torres, de Las Cuevas y de muchos más lugares.
Volnei y Jaurés son de los pocos que han logrado averiguar
algún dato respecto a lo sucedido a su propia familia. Al
menos ellos saben con certeza que su madre y su hermana
reposan en ese punto y también conocen, por pura casualidad,
cómo se produjo la muerte de Pilar.
Represalias contra la familia
El 18 de julio del 1936, Ángel Sánchez, labrador, socialista,
padre de Pilar, Volnei y Jaurés estaba en la siega fuera
de la ciudad. Al conocer el triunfo del alzamiento y temiendo
por su vida, dada su conocida condición de rojo, se ocultó,
librándose temporalmente de una muerte segura ya que al
final de la guerra fue detenido en Alicante para ser fusilado
en la cárcel de Zaragoza en 1943.
Tras su huida, las represalias, dirigidas principalmente
por tres falangistas locales conocidos por el Estanquero,
el Calamocha y Herrero, cayeron inmediatamente sobre su
familia. El 6 de agosto de 1936, María Pérez Macías, esposa
de Ángel, fue detenida, fusilada y arrojada al pozo de Caudé.
Un mes después, unos guardias civiles detuvieron a Pilar,
de 17 años. Sin sus padres y sin su hermana mayor, los pequeños
Volnei y Jaurés pasaron a vivir en casa de una tía. Lo sucedido
con Pilar se sabe porque uno de los guardias que la mató
lo contó a un amigo de la familia. Dicen que lo narró con
tristeza.
El guardia explicó que el 7 de septiembre le dieron la orden
de fusilar a dos jovencitas, una de las cuales era Pilar.
Un compañero y él las llevaron durante la madrugada del
día 8 en camión hasta las inmediaciones del pozo. Pararon
el vehículo al borde de la carretera y al apearse les señalaron
la ruinosa venta, a la que se accedía por un camino terroso
de un centenar de metros. "Id hacia allí que os esperan
para fregar unas perolas", les dijeron. Las chicas,
quizá confiadas, caminaron hacia la venta y a mitad del
trayecto los guardias dispararon contra su espalda. Luego
arrojaron sus cadáveres al pozo. "Eran tan jóvenes.
Nos daba pena fusilarlas. No quisimos que pasaran por el
paredón y se nos ocurrió engañarlas", adujo aquel hombre
para explicar este tristísimo episodio de las perolas imaginarias.
"A lo mejor mi hermana no sufrió", comentó de
improviso Volnei cuando, sesenta y seis años después, caminaba
en silencio por donde cayó muerta Pilar.
Desde el final de la guerra hasta la instauración de la
democracia nadie aventuraba acercarse al pozo abiertamente,
lo que no impidió que siempre hubiera algún ramo de flores
depositado a escondidas por los que no querían olvidar.
Pero durante ese tiempo, hubo otro acontecimiento que las
gentes del lugar observaron desde lejos. "Fue poco
antes de inaugurase el Valle de los Caídos, quizá en 1958",
recuerda Jaurés. "Vino un camión oficial, removieron
la tierra, sacaron unos huesos y se los llevaron al Valle
por aquello de que hubieran restos de toda España."
Esa es la única vez, que se sepa, que se ha excavado el
pozo.
Tras la victoria electoral socialista de 1982, las flores
comenzaron a depositarse sin tanto temor. Uno de los días
que los hermanos Sánchez habían acudido dejar su ramo, un
"labrador, ya mayor, pequeño y que caminaba con un
bastón" se acercó hasta ellos. Tras preguntarles si
tenía familia en el pozo, les dijo que antes de morir quería
contarles lo que había vivido. Entonces les relató cómo
desde Concud oía por la noche los camiones y apuntaba en
una libreta los tiros de gracia con los que remataban a
los fusilados. También les dijo que cada mañana la gente
del pueblo confirmaba lo sucedido.
La libreta del labrador
La peculiar forma de evaluar muertes del labrador dio como
resultado una cifra -"alguno más de mil"- que
vino a confirmar otro recuento más científico pero no menos
dramático, realizado por el primo de Ángel, José Sánchez,
cuando estaba preso en Zaragoza durante los primeros años
de la posguerra. José habló con los compañeros de reclusión
procedentes de Teruel y entre todos llegaron a la conclusión
de que en Caudé había 1.005 cuerpos. Si hay más o menos
nadie lo sabe, aunque los testigos aseguran que el pozo
se llenó totalmente de cadáveres hasta el extremo de que
abrieron zanjas en sus proximidades donde enterraron a más
víctimas.
Hoy, en el brocal, alguien ha escrito con pintura roja "pozo
artesiano de 84 metros de profundidad lleno de fusilados
en 1936. Un recuerdo de vuestros compañeros". La inscripción
forma parte del austero y modesto monumento en su memoria
levantado en 1980 con la buena voluntad de quienes no han
querido olvidarlos. Un monumento que costó 119.636 pesetas
y al que nueve familias han añadido, en forma de lápida,
su homenaje personal.
Este fenómeno, que representa la recuperación de la memoria
de los muertos por la República, se extiende espontáneamente
por España, pero a ritmo desigual. Así, mientras en Teruel
podría decirse que comienza, en León o Burgos las exhumaciones
son un hecho que ya recibido un apelativo que lo define:
"La arqueología de la reconciliación".
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