El blanqueo de Samaranch
El éxito olÃmpico rehabilitó al viejo polÃtico franquista, que habÃa salido de Barcelona en 1977 bajo los gritos de «‘Samaranch, fot el camp!'»
LUIS MAURI
@luis_mauri_
VIERNES, 14 DE OCTUBRE DEL 2016
Barcelona-92 se gestó en un pacto entre la ciudad y el presidente del COI, sin cuya actuación la capital catalana nunca le habrÃa ganado la mano a ParÃs
«Dentro de un año optaré a la presidencia del Comité OlÃmpico Internacional. Lo que voy a decirte ahora quedará como si nunca lo hubiera dicho: si soy elegido presidente y tú ofreces Barcelona para celebrar los Juegos OlÃmpicos de 1992, te garantizo que se harán aquû. El embajador de España en la Unión Soviética, Juan Antonio Samaranch, viejo polÃtico franquista, se habÃa expresado sin rodeos en su visita al primer alcalde democrático de Barcelona tras la guerra civil, el socialista NarcÃs Serra.
HabÃan transcurrido solo un par de años desde que, en abril de 1977, la misma izquierda que ahora gobernaba la ciudad atronaba en la plaza de Sant Jaume: «‘¡Samaranch, fot el camp!'» Samaranch fue apeado en 1977 de la presidencia de la Diputación de Barcelona y destinado a Moscú. Pero ahora volvÃa con un plan meticulosamente urdido y para cuya materialización necesitaba a los nuevos gobernantes de la ciudad. Por eso estaba sentado frente a Serra en el despacho del alcalde, un caluroso dÃa de julio de 1979, sábado, porque ese dÃa los pasillos del ayuntamiento están desiertos y el precavido Serra no querÃa testigos accidentales del encuentro.
Falangista de primera hora
Samaranch era un falangista de primera hora. HabÃa servido a la dictadura como concejal de Barcelona, delegado nacional de Deportes, procurador en Cortes y presidente de la Diputación. También habÃa hecho ventajosos negocios como empresario del régimen, como la construcción de Ciutat Meridiana, ominoso ejemplo del urbanismo sin escrúpulos del desarrollismo franquista.
Los tiempos estaban cambiando. Él era un vencedor de la guerra civil y quienes ahora administraban la ciudad lo hacÃan aupados por los votos de los derrotados. Pero eso a Samaranch no le incomodaba más de la cuenta. Él siempre habÃa sido un hombre práctico en la persecución de sus intereses, sabÃa distinguir con velocidad y astucia lo sustancial de lo accesorio. Y tenÃa un plan.
Las fases del plan
En ese plan, lo fundamental era colocar su proyecto en la agenda del alcalde. Que este fuese socialista, nacionalista o falangista resultaba anecdótico para su objetivo. El plan era este: lograr la presidencia del COI, encargarle a Barcelona los Juegos de 1992, que estos resultasen inolvidables y regresar rehabilitado, blanqueado, a su ciudad, la misma que lo habÃa despedido al grito de «‘¡Samaranch, fot el camp!'».
El 16 de julio de 1980, horas después de que el COI nombrase presidente a Samaranch, Serra anunciaba a la prensa que le gustarÃa que Samaranch pudiera presidir unos Juegos en Barcelona. El dÃa siguiente, el alcalde recibÃa un telegrama desde Moscú: «Acepto el reto».
Serra y su sucesor, Pasqual Maragall, concebÃan los JJOO como el motor que habÃa de permitir a Barcelona salir del letargo y acometer la mayor transformación urbana en muchas décadas. Para eso, los Juegos debÃan ponerse al servicio de la ciudad y esta habÃa de ejercer un control férreo sobre el proyecto.
La Brigada del Amanecer
El presidente del COI no veÃa las cosas del mismo modo. Él hubiera preferido una ciudad al servicio de los Juegos, pero si tenÃa que ser de otro modo, al menos que sus intereses no fueran aplastados por el camino. Los suyos y los de su casta, aquel grupo de adinerados señoritos falangistas conocido en los 60 como la Brigada del Amanecer, que era cuando solÃan recogerse tras sus juergas Samaranch, Mariano Calviño, Francisco Godia, Jaime Castell y demás.
Sin Samaranch al frente del COI, Barcelona nunca le habrÃa ganado la mano del 92 a ParÃs. Samaranch dio a Barcelona información privilegiada sobre cómo ganarse el favor de los jerarcas olÃmpicos. Y bajo una aparente neutralidad pública, movió los hilos a favor de su ciudad e hizo saber a muchos miembros del COI que considerarÃa una derrota de Barcelona como una moción de censura a la revolución estructural que él estaba impulsando en el olimpismo.
Estrambótico empeño
Todo eso estaba muy bien y era muy de agradecer, pero Maragall tenÃa una divisa inquebrantable: el control de la operación olÃmpica era de la ciudad. Hubo numerosas crisis por los intentos del Gobierno, la Generalitat, los empresarios y el propio Samaranch de acotar el control municipal, pero Maragall supo resistir hasta el final. El primer aviso de cómo iban a ir las cosas se lo llevó el mismo Samaranch cuando el ayuntamiento vetó que la villa olÃmpica se proyectase sobre unos terrenos de El Prat en los que 20 años atrás habÃan invertido el presidente del COI, Godia y otros amigos.
Barcelona-92 nació de un pacto entre Samaranch y la ciudad. La ciudad, no una ciudad sometida, sino ya democrática, aceptó el trato, libró el pulso y llegó adonde todo el mundo ya conoce. Por eso ahora suena estrambótico el empeño en reescribir o retorcer la historia. O en borrar un nombre de una escultura.