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Cuando el franquismo se vio sentado en el banquillo

El País, | 29 noviembre 2010

40 años de un juicio histórico. Debate sobre el Proceso de Burgos

 

ANDER LANDABURU – Bilbao – 29/11/2010

Peces-Barba: «El refomismo empezó a gestarse allí» – Uriarte: «Tuvo una trascendencia internacional inesperada»

El juicio militar 31-69 a 16 militantes de ETA se convirtió en diciembre de 1970 en una caja de resonancia formidable para la banda terrorista. Con seis penas de muerte, el régimen franquista quería mostrar su mano dura y dar una lección ejemplar a todo la oposición. En cambio, el tiro le salió por la culata, y las múltiples reacciones de protesta, tanto diplomáticas como en las calles de las principales capitales del mundo, convirtieron el Proceso de Burgos en un inevitable juicio al régimen. Un régimen que comenzó a ver aflorar las primeras grandes contradicciones internas en su seno.

 

Pregunta. ¿Cómo vivieron esa experiencia desde su situación de defensor y de acusado?

Gregorio Peces-Barba. Sabía que unos militantes de ETA acusados del asesinato del inspector Manzanas iban a ser juzgados, pero no pensaba intervenir en ese juicio. Entonces, me llama Juan María Bandrés y me dice que el colectivo de los abogados vascos ha decidido que debía de haber un abogado madrileño y otro catalán. Lo único que les dije es que no quería defender a nadie que estuviese acusado de asesinato. Entonces me atribuyeron como defendido a un chico estupendo, con el que luego hice muy buena amistad: Víctor Arana Bilbao. En el juicio me di cuenta de que allí había dos tipos de personas: unos luchadores idealistas, estábamos todavía en el origen de ETA, y otras que apuntaban maneras de asesinos totales. La cosa resultaba un poco complicada, pero creo que hicimos bien nuestro papel.

Eduardo Uriarte. La estrategia que se decide durante el juicio es consecuencia de aquel idealismo voluntarista de gente muy joven que piensa que solo superando en la actuación a los militares podría tener alguna esperanza. Había que aprovechar la ocasión para superar al régimen y dar una lección ante el mundo de la represión tan brutal que existía en España. Sobre todo, plantear que el juicio debía de ser de naturaleza política.

 

P. ¿Los abogados eran conscientes de que la estrategia iba a convertir el juicio en una reivindicación política?

G. P.-B. Yo tampoco sabía hasta los últimos extremos cuáles eran los planteamientos de los abogados vascos más radicales. Sabía algo por los más moderados, como Bandrés o Ruiz Balerdi. Había coincidido con Solé Barbera en que por nuestra parte se trataba de deslegitimar y denunciar la arbitrariedad que suponía que unas personas fueran juzgadas por un tribunal militar. Y también poner de relieve la ignorancia del presidente del tribunal, Manuel Ordovás. Y eso en parte lo conseguimos burlándonos de ellos en los interrogatorios. Algunas cosas se pactaban con los procesados. Por cierto, que tuve un éxito extraordinario con mi defensa, porque a mi defendido le pedían 60 años y tras mi brillante intervención le condenaron a 70. Eso indica cómo se las traían. A la policía le preocupaba muchísimo que algún exaltado nos pudiese agredir, porque había observadores extranjeros y muchos corresponsales de prensa extranjera. Todo ese contexto colaboraba a esa situación tensa. La situación se tensó aún más cuando se produjeron los incidentes en la sala del juicio. Creo que desde el punto de vista del descrédito del tribunal militar el éxito fue total.

 

P. ¿Y para los acusados cuál era la estrategia política?

E. U. Eramos gente muy joven y con conocimientos de propaganda muy escasos. Pero si que éramos conscientes, por lo que nos decían los abogados y los familiares, de la trascendencia que iba a tener el juicio. Las madres, que se movieron mucho, habían descubierto una receptividad impensable en círculos diplomáticos, incluso de la Iglesia. Era evidente que se nos había colocado un escenario abierto a la opinión pública internacional, y, aunque el sacrificio pudiera ser muy doloroso, no quedaba más remedio que salir allí, superando el terror que te producía la solicitud de penas de muerte, pero un terror suavizado por ese espíritu de inmolación que vivíamos entonces.

 

P. ¿Estaban unidos o afloraban ya algunas diferencias entre los procesados?

E. U. Ya empezaba a notarse algo, pero parecía de carácter más que de algo conformado. Era una exaltación absolutamente enajenada que luego descubrimos en algunos, como Jokin Gorostidi, que cuando Bandrés le informa de que no tiene una pena de muerte, sino dos, le contesta: «Pues no sabes la satisfacción que me das». Sí había ciertas tensiones, pero no exageradas, por un fenómeno que se produce en todo colectivo de esta naturaleza: el espíritu familiar y gregario del grupo. Además, las circunstancias tan dramáticas integraban a las personas.

 

P. ¿Cómo explican que las instituciones franquistas cometiesen tal error al montar ese teatro con proyección exterior?

G. P.-B. Y no era imprescindible, al tener ya el Tribunal de Orden Público, en que las formas jurídicas se mantenían mucho más y sabían de leyes, aunque las utilizasen sectaria y arbitrariamente. Creo que quisieron darle más rigor con la Justicia militar, que es la más ejemplar de todas. Pienso que fue por eso.

E. U. También se da una maniobra de involución de algunos sectores, que luego aparecen en el 23-F, de servicios de documentación, de inteligencia, muy preocupados no por la subversión clásica del PCE y de ETA, sino por la deriva liberal que empieza a notarse en algunos tecnócratas, como López Rodó, que tímidamente se muestran contrarios a la celebración del juicio. Su error fue convertir el juicio en un hito involutivo, en convertirnos en una tremenda amenaza.

G. P.-B. Y daban también un tremendo golpe en la mesa

E. U. Y el Ejército, que no era todo, sino solo un sector que decía: «Seguimos siendo el Ejército de Franco». Y les salió mal, porque fue tan brutal ese gesto que se vieron superados por la reacción internacional y la prensa del mundo. Era la primera vez que se le permitía a un periodista ruso de la agencia Tass asistir a un juicio. Evidentemente, querían un juicio en el que se explicara la dimensión subversiva que teníamos, la necesidad de mantener el régimen después de la desaparición de Franco.

 

P. ¿Hubo militares que se sintieron utilizados por este juicio y se quejaron?

G. P.-B. A nosotros no nos llegó, pero luego supimos que sí los hubo muy disgustados por utilizar al Ejército en esta deriva. Lo que veíamos era la intención del tribunal de dar una sentencia ejemplar y luego la preocupación del régimen de que no nos pasase nada a los abogados. Habían querido lanzar un pulso absolutamente desproporcionado. El régimen ya estaba tocado.

E. U. Estaba tocado y la operación era para afirmar los rescoldos de lo peor del régimen.

 

P. A lo que se añade la manifestación de la Plaza de Oriente apoyando al dictador. ¿Temieron algún endurecimiento en las condiciones de los presos?

G. P.-B. Les trataban con mucho cuidado.

E. U. Con mucho cuidado, y los funcionarios, que eran una plantilla muy dura, con mucho ex divisionario y alférez provisional, se alegraron que no hubiera ejecuciones. Nos trataron con respeto dentro de una disciplina muy estricta.

 

P. ¿Cuál fue el peor momento del juicio, el más tenso?

G. P.-B. Cuando Mario Onaindia se puso a gritar y a cantar el Eusko gudariak. No nos olvidemos que el ponente sacó el sable. Fue una escena tremenda delante de periodistas y observadores, de un peligro evidente. La prensa española censurada algo reflejó de la sesión.

E. U. El juicio tiene tal importancia política que, por ejemplo, en el diario Abc se produce una crisis en la redacción y gran parte de sus periodistas desaparecen por imposiciones ajenas al periódico que tiene que aplicar la dirección. Un periódico que venía sosegado acaba adoptando una línea de discurso totalitario, recordando los fusilamientos de Paracuellos. Sin embargo, en el momento más trágico Luca de Tena se juega el tipo el día del Consejo de Ministros presidido por Franco y saca un editorial titulado La hora de la clemencia, diciendo que no se puede ir más lejos.

 

P. ¿Cuándo pensaron que los condenados a muerte podían salvarse?

G. P.-B. Yo tenía siempre esa impresión, por pura racionalidad. Me parecía tan imposible, pero de vez en cuando te entraba la duda.

E. U. Cuando dieron la diferencia entre dos penas de muerte y una, yo pensé que me iba al otro barrio. Y como yo estaban Gorostidi e Izko.

 

P. Vigente el estado de excepción en todo el territorio, los movimientos de protesta se multiplicaron en las grandes ciudades españolas. En Euskadi se producen huelgas masivas, numerosas detenciones y un joven trabajador muere por disparos de la Guardia Civil en Eibar. Sin embargo, lo que sorprende es la amplitud de la protesta internacional. ¿Cómo la vivieron?

G. P.-B. Como un apoyo. Te sentías apoyado. «No estamos solos», decíamos. Salir con la toga todas las mañanas con el frío que hacía hasta el Gobierno Militar a veces imponía e intranquilizaba. Todo nos alarmaba muchísimo. Incluso el paso de tanques por las calles la víspera del juicio, que solo iban de maniobra.

 

P. ¿Y para los que estaban en la cárcel?

E. U. Estábamos al tanto con lo que nos contaban los abogados y algo también los familiares. Eso sin duda nos daba ánimos. Siempre tuve la sospecha de que si eso era lo que salía a la luz debajo tenía que haber más. Pero esos apoyos internacionales te obligaban a decir: «Yo no puedo defraudar a esta gente».

G. P.-B. También a moderarse un poco.

E. U. Es cierto que allí se apuntaban maneras de lo que iba a pasar en un futuro, pero el discurso en general fue bastante solidario y obrerista, no descarnadamente nacionalista.

G. P.-B. Había algunos en los que se notaba que eran más nacionalistas que otros, pero sí, en general el discurso era más izquierdista, obrerista. Y empezaban a notarse diferencias.

 

P. Y el Proceso de Burgos acaba convirtiéndose en un gran juicio al régimen.

G. P.-B. Sí, al sistema de la Justicia militar, sobre todo. Pero ahí luego se dan más golpes. Se insinúan más cosas, aunque el presidente del tribunal no te dejaba tampoco decir casi nada.

 

P. ¿En qué pudo acelerar el juicio el final del franquismo?

G. P.-B. Creo que aumentó sus propias contradicciones y lo que sí apuntó es que algunos dijeron: «Esto no puede continuar, y tenemos que hacer lo posible por salir de aquí». Digamos que el reformismo, lo que sería la opinión de Adolfo Suárez quizá, empezó a gestarse allí con aquella reflexión que hicieron sobre la desmesura que aquel despropósito representaba.

E. U. Era un juicio contra el régimen, y además estos caballeros nos animaban. Es un juicio a un pueblo, decían los abogados más nacionalistas, pero era un juicio al régimen. Tuvo una trascendencia internacional inesperada y que eso supuso un aldabonazo en las conciencias de las democracias europeas, que descubrieron que en Europa occidental quedaba una asignatura pendiente de los años treinta.

G. P.-B. Eso trajo también una dimensión negativa cuando llegó la democracia, porque tardamos mucho en poder desmontar eso de los patriotas vascos, etcétera.

E. U. Y legitimar a las víctimas, darle cobijo a las víctimas, incluso legitimar a la democracia, porque todavía sigue habiendo partidos que dudan de ella.

G. P.-B. En 1983, fui invitado a Paris por la Cámara de Comercio y en una recepción tuve la ocasión de charlar con el primer ministro socialista Pierre Mauroy, y me trató muy displicentemente durante los cinco minutos que duró la entrevista. Y luego estuve con los alcaldes de París, Jacques Chirac, y de Marsella, Gastón Deferre, que era el ministro de Interior. El único que me atendió bien fue el presidente François Mitterrand. Estuvo comprensivo y dijo que había que ayudar a España, pero yo me di cuenta entonces que todavía había mucho camino por hacer. El juicio fue un impacto importante para ETA, a favor de ETA, e incluso a la izquierda francesa le costaría muchos años deshacerse de esa imagen sobre la organización violenta.

E. U. A la izquierda europea en general le costó incluso aceptar la legitimidad de la democracia española. Le ha costado mucho. El juicio tuvo trascendencia, hasta negativa, para la democracia. ETA supo capitalizar su prestigio durante la dictadura. Y ha costado muchísimos años.

G. P.-B. Eso está felizmente ya superado, pero efectivamente así fue.

 

P. Franco no se atreve a hacer cumplir las penas de muerte impuestas, aunque si lo hará cinco años después en el ocaso de su dictadura en septiembre de 1975, con la ejecución de cinco personas.

E. U. Pero también fue por debilidad, porque Franco tiene que agarrarse y se agarra a lo peor de lo que ha sido su figura y su comportamiento, porque cree que ya está al final de su régimen.

G. P.-B. Creo que, sobre todo, es el signo del desprestigio de unas instituciones que son incapaces de racionalidad y de cumplir con su obligación de sancionar a los delincuentes de una manera europea y racional. Eso es una cosa que marca mucho. Y lo de ETA se molda sobre esa deslegitimación, como si esta debiera llevar consigo la legitimación de ETA.

 

El futuro de la banda

Cuarenta años después del juicio, ETA ha cosechado un trágico balance de muertos y heridos. Más débil que nunca y derrotada políticamente, la pegunta es cuál puede ser su futuro.

Gregorio Peces-Barba. Lo mejor que puede hacer es disolverse absolutamente y hacer posible que las personas que tienen una posición nacionalista radical, pero pacifica, puedan participar en las próximas elecciones. Es decir, que en el País Vasco no se dé la impresión falsa de que sólo hay un nacionalismo, el que representa el PNV.

Eduardo Uriarte. En el juicio ETA manifiesta las dos caras: Caín y Abel. Podía haber salido Abel, pero desgraciadamente este fue el grupo minoritario y el que triunfó dentro de una dinámica de violencia tenía que ser Caín. Hemos padecido el cainismo no solo en el ejercicio de ETA, sino el cainismo en la sociedad vasca. Si queremos tener una sociedad democrática, tranquila y próspera ETA debe desaparecer. Tenía que haberlo hecho hace ya mucho tiempo. Ahora bien, que desaparezca y seamos capaces de condenarla con la justicia que se merece. A ETA no le gusta recordar el Juicio de Burgos, como no le gusta recordar el atentado contra Carrero Blanco, porque creo que objetivamente el atentado facilitó la democracia en España. Y ellos no quieren participar en eso.

G. P.-B. ETA hizo todo lo posible para reventar el proceso democrático, como aquel 21 de octubre de 1978, cuando nos reunimos a las once de la mañana los miembros del Congreso y del Senado para lograr el voto de totalidad parlamentario y aprobar la convocatoria del referéndum. Dos horas antes, el general de brigada Juan Manuel Sánchez-Ramos y el teniente coronel José Antonio Pérez Rodríguez eran asesinados en un atentado etarra. ETA hizo caso omiso de la voluntad mayoritaria de la ciudadanía y de lo que significaba la salida del franquismo con la aprobación de la Constitución.

E. U. Nosotros salimos a la calle cuando el proceso de extrañamiento gracias a Bandrés y a pesar de ETA, que se oponía a cualquier liberación de presos.

G. P.-B. ETA no quería, al igual que ahora no quiere arrepentidos ni quiere a nadie que reflexione un poquito.

E. U. Lo que pasa es que ahora ya no asusta. Ya no puede controlar a sus presos ni amedrentar a la sociedad.

 

Gregorio Peces-Barba

Gregorio Peces-Barba (Madrid, 1938) se licenció en Derecho y ejerció como abogado desde 1972 hasta 1977, defendiendo ante los tribunales a numerosos militantes antifranquistas. Así intervino en el Proceso de Burgos. Diputado del PSOE por Valladolid en las tres primeras legislaturas, fue miembro en la ponencia constitucional y participó en todas las leyes orgánicas destinadas a desarrollar la Constitución. De 1982 a 1986 presidió el Congreso. Rector de la Universidad Carlos III de Madrid hasta 2008, es autor de más de 20 libros.

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